La chica que bailaba sola

 

2 de abril de 2021

La chica que bailaba sola
... era feliz, o estaba siendo feliz en ese momento. Mejor dicho, estaba haciéndose feliz a sí misma sobre la marcha, creando su propio momento agradable, libre. Bailaba como si no la mirase nadie. Incluso se tumbaba sobre el suelo en su coreografía instantánea, puro impulso.
Pero la miraban, y la juzgaban. La mayoría del público eran hombres, y ella era la única bailarina sobre la pista. Suele pasar a esas horas en esos lugares. Era, además, una de esas personas catalogadas como locas en una ciudad pequeña como esta. Debía de tener mucha fuerza para resistir la presión de los juicios y miradas, porque además me pareció que en ese momento estaba lúcida y consciente. Hace tiempo que no la veo.
Algo de esto entiendo, o creo entender. No soy conocido por bailar. Creo que habré bailado más en los últimos años en este cuarto que en garitos. Quedan lejos mis años de discotecas, afters y conciertos de punk. Pero recuerdo una anécdota propia.
Era junio de 2019 y notaba crecer la euforia dentro de mí. Dormía poco, y tampoco necesitaba dormir mucho más. Conociéndome, pedí cita y acudí a mi centro de salud mental. Más valía prevenir. Me senté en la sala de espera. Sonaba Euskadi Gaztea en el hilo musical. Y de pronto, Xarri Xarri! Tuve que controlar mis ganas de ponerme a bailar allí mismo.
Cuando me senté ante la doctora, le conté lo que me acababa de pasar. No hizo falta mucho más. Convenimos un tratamiento farmacológico. Al fin y al cabo, era lo que se podía esperar en un sitio así, y yo había ido para eso, aunque no pude evitar entrar en brote psicótico, el quinto de mi vida, cuatro meses después.
Me atrevo a afirmar que un mundo en el que la chica de la primera historia o yo pudiéramos bailar en una sala de espera sería más sano y feliz.
Ahora que bailar está prohibido, también en garitos y conciertos, creo que cobran más sentido ambas historias.
Un saludo



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